La deductio
Se disponían a salir, pero faltaba un singular acto dentro de toda esta maravillosa celebración. La novia tenía que fingir ser una virgen arrastrada, raptada por un hombre que pronto la haría suya. Para esto se aferró al cuerpo de su hermano, lo abrazó con todas sus fuerzas, gimiendo y llorando. Su esposo se sorprendió al ver la autenticidad con la que su esposa representaba el papel. Cedió un poco en su llanto, aflojó muy levemente sus brazos del cuerpo de su hermano.
Su esposo miró estas señales e inició su parte. Con fuerza y decisión, pero sin causar el menor daño, la cogió de los brazos y la separó de su hermano. Ella fingía no desear ir, se agarraba de su hermano, pero la fuerza de su esposo era superior. Él cumplía su parte del rito nupcial a cabalidad. Logró despegarla de su hermano, la tomó y apretó contra su cuerpo, con un leve movimiento la levantó y la alejó de sus familiares, iniciando así su camino hacia la puerta de la casa.
Llegaron a la calle, allí ella dejó de fingir y él soltó sus brazos. Afuera les esperaban flautistas y cinco hombres altos portando antorchas. Inició la deductio, el desfile que les conduciría de la casa de la novia, hasta el hogar del esposo. Detrás de los hombres que llevaban las antorchas, iban los familiares y amigos y atrás de ellos venían tres niños pequeños que en cada caso debían tener ambos padres aún vivos. Cada niño llevaba en sus manos un utensilio propio de la vida de hogar, el primero llevaba un huso manual para hilar, el segundo una rueca con pedal y el tercero una antorcha, pero ésta elaborada con espino albar.
Toda la gente de la ciudad miraba la comitiva desfilar, todos sentían alegría por la unión de aquellas dos familias. Roma pasaba por tiempos difíciles y ver algo así daba ánimo a la gente y llenaba de regocijo las calles.
Sus familiares y amigos, coreaban a viva voz, ¡Hymenaaneus!, ¡Hymenaaneus!, el nombre del dios de los enlaces matrimoniales que se usaba como exclamación de felicitación a los novios que acababan de casarse.
¡Hymenaaneus!, ¡Hymenaaneus!, continuaban gritando.