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Un Matrimonio de Patricios Romanos en el año 215 a.C. (Séptima Parte)


El hogar

Estaban prontos a llegar a la casa. Los familiares de los recién casados lanzaban nueces a los niños que se acercaban a ver a los novios. Esperaron que la pareja llegue a la puerta. Ahí el esposo entregó a su mujer, un mechón de lana y un pequeño frasco de aceite que habían sido entregados a él por su hermano. Una vez realizado este acto, tomó a su esposa y la alzó en brazos, la puerta de la domus permanecía abierta de par en par, y de esta manera procedió a ingresar a su hogar.

Entraron, afuera se escuchaba a los presentes regocijarse ante lo ocurrido, los flautistas retomaron su canto, todos estaban contentos.

Dentro de la casa realizó más ofrendas a su mujer. Le ofreció un poco de fuego y un poco de agua, ella a su vez le entregó dos monedas, un as para él y el otro para los Lares del hogar.

Luego sacaron la imagen del dios del matrimonio Mutunus Tutunus y la colocaron en el suelo, dejando el falo del dios en alto. Ella se sentó por unos momentos junto a la imagen y permaneció ahí por unos segundos, tenía que asegurarse de que el dios le proveyera fertilidad futura. Al cabo de un rato, se levantó y fue donde su esposo.

Afuera todos se despidieron, quedaron finalmente los esposos solos en su casa.

La noche de bodas

Una vez solos en la gran casa, los recién casados disfrutaron de un momento de paz. Ella miraba con atención los viejos mosaicos colocados en el piso, donde se relataba una batalla en la que participó uno de los antepasados de su esposo. Ella intentó decir algo, pero se vio envuelta en los brazos de su compañero que la apretaban contra él.

Sintió sus labios, su cuerpo, recordó la primera vez que él le dio un beso.

La cogió y la levantó en brazos, despacio se dirigió a la habitación que la había hecho preparar con antelación. Había ordenado a sus esclavos que no lo molestaran en ninguno momento.

Ella se acurrucaba en su pecho, sentía el corazón de su amado latir con ímpetu, el de ella también se precipitaba hacia la locura.

Entraron al lecho, estaba todo cubierto con pétalos de flores y ramas de romero y tomillo. La brisa nocturna hacia despertar todas las fragancias que emanaban de estas flores.

La acostó en la cama, le acariciaba lentamente todo su cuerpo, se acercó y con dificultad empezó a desatar el nodus Herculis, aquel complejo haz de cruces y giros de la cuerda.

Luego de un momento, la cuerda cedió al fin…

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